David se presenta delante de Dios para defender su causa, y no lo hace basándose en la cantidad de oraciones que ha hecho, ni en cuánto ha leído las Escrituras. No dice: “porque yo en mi oración he andado”, ni “porque he meditado constantemente en tu ley”, sino que declara con confianza:
“ júzgame, oh Jehová, porque yo en mi integridad he andado; he confiado asimismo en Jehová, sin titubear.”
(salmo 26:1)
Esta declaración nos revela que la integridad es uno de los valores más importantes que puede tener un creyente delante de Dios. La palabra "integridad" en las Escrituras está íntimamente relacionada con vivir una vida recta, honesta, transparente y sin doblez. David entendía que más allá de las formas externas, Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7), y por eso apeló a su integridad, a la autenticidad de su vida diaria.
El creyente que camina en integridad honra a Dios no solo con palabras, sino también con hechos. La integridad no es perfección, pero sí es coherencia: es vivir conforme a lo que se cree, sin hipocresía, sin máscaras.
En Proverbios 10:9 leemos:
“ el que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado.”
Y en Proverbios 11:3:
“ la integridad de los rectos los encaminará; pero destruirá a los pecadores su perversidad.”
David, como hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), sabía que la integridad es lo que sostiene nuestra relación con el Señor. No se trata solo de actos religiosos, sino de una vida íntegra ante los ojos de Aquel que todo lo ve.
Que nuestra oración diaria sea:
“ examíname, oh Jehová, y pruébame; escudriña mis íntimos pensamientos y mi corazón.”
(salmo 26:2)
Porque vivir en integridad no solo trae paz al alma, sino que también es una muestra de verdadero amor y reverencia a Dios.
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